Un cronista oficial es también un enamorado de su pueblo, su verdadera patria intelectual, su alma y su razón de ser. No hay pueblo más bonito y con más brillante historia que el suyo, al que siente, escucha, ama, transpira, transmite y también sufre porque también el cronista ha visto cosas que no van con su pueblo. ..
Debemos guardar celosamente nuestro origen y nuestra memoria, porque un pueblo debe reconocerse en su propia historia.
Asi se expresaba el escritor y periodista Pedro Socorro Santana en la lectura de su discurso en el acto de nombramiento oficial como Cronista de Santa Brigida.
El acto que se celebro el sabado 20 en el Centro Cultural dela Villa conto con el respaldo de la mayoria de Cronistas de Gran Canaria,diversas personalidades,la totalidad de la Corporación Municipal,representantes de entidades ciudadanas y
numeroso publico que acudio a respaldar el acuerdo unanime del Pleno Municipal .
...Un cronista escribe y publica lo que ve y oye, mira y observa, documenta e investiga: lo que ve el que vive y lo que no pudo ver el que ya murió. El gran escritor Gabriel García Márquez, a quien las novelas terminaron por ocultar su faceta de periodista y cronista, escribió que “una crónica es un cuento que es verdad”. ¡Qué frase más sencilla pero reveladora de nuestro Nobel! Y es que la crónica no es más que eso, ofrece a los lectores una voz que, en lugar de informar, cuenta.
Un cronista oficial es también un enamorado de su pueblo, su verdadera patria intelectual, su alma y su razón de ser. No hay pueblo más bonito y con más brillante historia que el suyo, al que siente, escucha, ama, transpira, transmite y también sufre porque también el cronista ha visto cosas que no van con su pueblo. ..
Mi primer ruego, sin alardes de falsa modestia, es que no esperen de este humilde cronista lo que con tanta brillantez supo darles mis dos antecesores, don Pedro Vega Rivero y don Juan del Río Ayala, finos catadores del espíritu satauteño, encomiables cronistas cuyos legados han hecho que no mueran del todo y que sus nombres figuren en un colegio y pronto en una plaza. Es un honor reconocer los méritos de los demás, como el de muchos vecinos, sencillos y cotidianos, que ya no están entre nosotros pero que aún viven en nuestro recuerdo, por su presencia, su legado o por su trabajo por la comunidad, como Juan Caña, Maestro Pablo el zapatero, Lilo el sepulturero, Isidro Ezquerra, el primer médico titular que tuvo el pueblo en 1888; el párroco Miguel de Talavera, que murió cuando asistía espiritualmente a los enfermos de cólera en 1851, el reconocido artista Jan Val Stolk, que aunque de origen holandés y su nombre nos resulte extraño, nació en El Castaño, en Santa Brígida, en 1920. Sus cerámicas se reparten por los mejores museos de los Países Bajos y de Italia. Ellos, por qué no, merecen también una calle o un reconocimiento público. Que sepan que su presencia en nuestro pueblo no ha pasado desapercibida para sus vecinos, ni para este cronista.
…Sin duda, un cronista es una persona que a veces aglutina la condición de escritor, la labor de historiador y la faceta de periodista. En los pueblos todos somos de algún modo cronistas, porque todos contamos a los demás algo de interés para ellos o para nosotros mismos. En Santa Brígida, en particular, su primer cronista oficial fue, en realidad, aquel aborigen canario que escribió su colorida crónica en la Cueva de los Canarios, en la pared norte de la Caldera de Bandama, unas importantes inscripciones líbico-bereberes, descubiertas desde el siglo XIX, que hoy hacen historia manteniendo el enigma de su significado.
También nuestros mayores son aventajados cronistas pues se pasan la vida narrando cosas a los nietos -y aquí quiero rendir un homenaje a mi querido y desaparecido Salvadorito Santana-, del que tanto aprendí en nuestras conversaciones en la plaza de la iglesia. Son unos expertos en el arte de contar: avivan la imaginación infantil que hoy persisten con los cuentacuentos.
Yo nací en Santa Brígida y soy de Santa Brígida por todos mis costados. Y, ya adulto, soy un nostálgico sin remedio del pueblo que fue. No cambio más que, si acaso, por y para mis adentros. Sé que este pueblo ahora, en plena madurez, da ya sus penúltimos estiramientos. Y no es fácil en un pueblo donde todo crece tan aprisa mantenerlo como un jardín de flores. Por fortuna, ahí sigue colgado de un risco el drago centenario para recordarnos que es la memoria viva de un pueblo que surgió del bosque. Persiste la torre que superando un fatal incendio vigila los destinos de sus gentes, las tres piedras, los barrancos, la artesanía, la Caldera, el reloj de la Heredad y una encrucijada de calles de pisadas serenas. Existe también la iglesia, aunque sin su tejado de tejas, pero aún con frondosos laureles que la apresan. Persiste el vino, los bizcochos lustrados, las flores, el Galeón y los palmerales. Y todavía sigue ahí un sencillo y renovado casco histórico, asomado a un barranco por donde ha visto correr la vida. Porque un pueblo es lo mismo que la vida: estaba cuando nosotros nacimos y seguirá estando cuando nosotros nos hayamos ido.
Todos debemos sentirnos orgullosos de vivir en este pueblo que tiene ya cinco siglos de vida, pero que los disimula muy bien, porque Santa Brígida conserva la belleza y la elegancia de una dama centenaria de la geografía grancanaria. Una Villa que está en el Centro de la Isla, de nuestra vida y de nuestras preocupaciones. Y que todavía hoy, con todo, sigue siendo la mirada interior.
Pienso que Santa Brígida está todavía por descubrir, por hacer y por mimar. Y opino que de sobrarle algo, le sobran muchas posibilidades. ¿Por qué no buscarlas?. Igual un día logramos contar de una vez con una Casa de la Cultura, con una biblioteca a la altura de su gente y que haga honor a su nombre –Francisco Morales Padrón-, dotada de sus fondos y sus numerosas publicaciones, y un museo de la historia donde exhibir un trozo de la memoria perdida: los viejos aperos de labranza, las herramientas, las fotos y retratos de nuestras gentes, la vestimenta. Porque recuperar la memoria histórica es una inversión de futuro ya que no se debe olvidar que la identidad, tan desvaída ya, se construye en buena medida con el material de la memoria. Tal vez haya que enmendar la plana, los planes o los planos. Porque los pueblos nos corresponden como son, pero también cómo han sido.
La entrada en el nuevo milenio ha puesto a Santa Brígida ante nuevos retos, como lograr ya un Plan General de Ordenación Urbana que, a partir de un desarrollo equilibrado deben aunar los aspectos más positivos de la modernidad con los valores tradicionales más arraigados a nuestro pueblo, extrayendo los errores cometidos.
Un cronista oficial es también un enamorado de su pueblo, su verdadera patria intelectual, su alma y su razón de ser. No hay pueblo más bonito y con más brillante historia que el suyo, al que siente, escucha, ama, transpira, transmite y también sufre porque también el cronista ha visto cosas que no van con su pueblo. ..
Mi primer ruego, sin alardes de falsa modestia, es que no esperen de este humilde cronista lo que con tanta brillantez supo darles mis dos antecesores, don Pedro Vega Rivero y don Juan del Río Ayala, finos catadores del espíritu satauteño, encomiables cronistas cuyos legados han hecho que no mueran del todo y que sus nombres figuren en un colegio y pronto en una plaza. Es un honor reconocer los méritos de los demás, como el de muchos vecinos, sencillos y cotidianos, que ya no están entre nosotros pero que aún viven en nuestro recuerdo, por su presencia, su legado o por su trabajo por la comunidad, como Juan Caña, Maestro Pablo el zapatero, Lilo el sepulturero, Isidro Ezquerra, el primer médico titular que tuvo el pueblo en 1888; el párroco Miguel de Talavera, que murió cuando asistía espiritualmente a los enfermos de cólera en 1851, el reconocido artista Jan Val Stolk, que aunque de origen holandés y su nombre nos resulte extraño, nació en El Castaño, en Santa Brígida, en 1920. Sus cerámicas se reparten por los mejores museos de los Países Bajos y de Italia. Ellos, por qué no, merecen también una calle o un reconocimiento público. Que sepan que su presencia en nuestro pueblo no ha pasado desapercibida para sus vecinos, ni para este cronista.
…Sin duda, un cronista es una persona que a veces aglutina la condición de escritor, la labor de historiador y la faceta de periodista. En los pueblos todos somos de algún modo cronistas, porque todos contamos a los demás algo de interés para ellos o para nosotros mismos. En Santa Brígida, en particular, su primer cronista oficial fue, en realidad, aquel aborigen canario que escribió su colorida crónica en la Cueva de los Canarios, en la pared norte de la Caldera de Bandama, unas importantes inscripciones líbico-bereberes, descubiertas desde el siglo XIX, que hoy hacen historia manteniendo el enigma de su significado.
También nuestros mayores son aventajados cronistas pues se pasan la vida narrando cosas a los nietos -y aquí quiero rendir un homenaje a mi querido y desaparecido Salvadorito Santana-, del que tanto aprendí en nuestras conversaciones en la plaza de la iglesia. Son unos expertos en el arte de contar: avivan la imaginación infantil que hoy persisten con los cuentacuentos.
Yo nací en Santa Brígida y soy de Santa Brígida por todos mis costados. Y, ya adulto, soy un nostálgico sin remedio del pueblo que fue. No cambio más que, si acaso, por y para mis adentros. Sé que este pueblo ahora, en plena madurez, da ya sus penúltimos estiramientos. Y no es fácil en un pueblo donde todo crece tan aprisa mantenerlo como un jardín de flores. Por fortuna, ahí sigue colgado de un risco el drago centenario para recordarnos que es la memoria viva de un pueblo que surgió del bosque. Persiste la torre que superando un fatal incendio vigila los destinos de sus gentes, las tres piedras, los barrancos, la artesanía, la Caldera, el reloj de la Heredad y una encrucijada de calles de pisadas serenas. Existe también la iglesia, aunque sin su tejado de tejas, pero aún con frondosos laureles que la apresan. Persiste el vino, los bizcochos lustrados, las flores, el Galeón y los palmerales. Y todavía sigue ahí un sencillo y renovado casco histórico, asomado a un barranco por donde ha visto correr la vida. Porque un pueblo es lo mismo que la vida: estaba cuando nosotros nacimos y seguirá estando cuando nosotros nos hayamos ido.
Todos debemos sentirnos orgullosos de vivir en este pueblo que tiene ya cinco siglos de vida, pero que los disimula muy bien, porque Santa Brígida conserva la belleza y la elegancia de una dama centenaria de la geografía grancanaria. Una Villa que está en el Centro de la Isla, de nuestra vida y de nuestras preocupaciones. Y que todavía hoy, con todo, sigue siendo la mirada interior.
Pienso que Santa Brígida está todavía por descubrir, por hacer y por mimar. Y opino que de sobrarle algo, le sobran muchas posibilidades. ¿Por qué no buscarlas?. Igual un día logramos contar de una vez con una Casa de la Cultura, con una biblioteca a la altura de su gente y que haga honor a su nombre –Francisco Morales Padrón-, dotada de sus fondos y sus numerosas publicaciones, y un museo de la historia donde exhibir un trozo de la memoria perdida: los viejos aperos de labranza, las herramientas, las fotos y retratos de nuestras gentes, la vestimenta. Porque recuperar la memoria histórica es una inversión de futuro ya que no se debe olvidar que la identidad, tan desvaída ya, se construye en buena medida con el material de la memoria. Tal vez haya que enmendar la plana, los planes o los planos. Porque los pueblos nos corresponden como son, pero también cómo han sido.
La entrada en el nuevo milenio ha puesto a Santa Brígida ante nuevos retos, como lograr ya un Plan General de Ordenación Urbana que, a partir de un desarrollo equilibrado deben aunar los aspectos más positivos de la modernidad con los valores tradicionales más arraigados a nuestro pueblo, extrayendo los errores cometidos.
Debemos guardar celosamente nuestro origen y nuestra memoria, porque un pueblo debe reconocerse en su propia historia.
Y el nuestro, aunque parezca increíble, aún carece de un monumento que recuerde a la histórica Batalla del Batán, cuando nuestros antepasados escribieron una de las páginas más brillantes de la historia de Canarias, al vencer a los holandeses en 1599 a la entrada del Monte, ni ha concluido aún el expediente del título de invicta Villa, iniciado hace más de una década, dejando perder, por si fuera poco, los festejos que recordaban aquellos hechos, las inolvidables fiestas de la Naval. Por fortuna, el Ayuntamiento ha anunciado recientemente la realización de una senda interpretativa a través del barranco Guiniguada de aquel acontecimiento ocurrido hace 409 años, lo que me parece de lo más acertado.
Y a qué esperar para inventariar, señalizar y recuperar para los satauteños todo lo tradicional del pueblo: los pozos, los molinos, las viejas acequias, el acueducto del Gamonal, la alcantarilla de la Heredad, el viejo alfar, el horno ladrillero del Madroñal o los viejos caminos, disfrutando del saludable placer de andar en estos tiempos de las prisas.
Un pueblo que no está sólo en el Ayuntamiento, ni en la chirriante rueda de la política donde las polémicas parecen ser lo más interesante para la prensa, aunque en sus páginas han quedado estampados otras veces artículos, dando una señal de alarma, dando un toque de atención, opinando, sugiriendo, informando….. El pueblo está también en sus barrios y en sus atardeceres, en el renovado sonido de las campanas, en el mercadillo y hasta en el paso de las estaciones. El pueblo está también en sus calles, en las manos ágiles que hacen las tallas, en las crónicas de viajeros y en sus palmerales.
Y aunque su espíritu y su carácter andan todavía muy apegados a comienzos del siglo pasado, que fue la época en que se reconoció a sí misma como auténtica Villa, calificada y honrada con nuevos títulos: la del Real Casino (1917), y la de Villa en 1915. Hoy día se vislumbra otra Villa, aparentemente rica, visiblemente pulcra, donde toda ella es presente. Tiene menos fincas y más chalés, menos santidad y más dinamismo, menos agricultores y más funcionarios. No debe sorprender, por tanto, que Santa Brígida sea un pueblo que se hace ciudad cada día. La transformación de la vega agrícola en la villa residencial que es hoy ha sido progresiva e inevitable. ..
…Espero emprender la apasionante tarea de seguir dando a conocer la crónica de mi pueblo con la que, por múltiples y sobradas razones, me he sentido siempre hijo, amante y ahora, gracias a todos ustedes, felizmente cronista.
Y a qué esperar para inventariar, señalizar y recuperar para los satauteños todo lo tradicional del pueblo: los pozos, los molinos, las viejas acequias, el acueducto del Gamonal, la alcantarilla de la Heredad, el viejo alfar, el horno ladrillero del Madroñal o los viejos caminos, disfrutando del saludable placer de andar en estos tiempos de las prisas.
Un pueblo que no está sólo en el Ayuntamiento, ni en la chirriante rueda de la política donde las polémicas parecen ser lo más interesante para la prensa, aunque en sus páginas han quedado estampados otras veces artículos, dando una señal de alarma, dando un toque de atención, opinando, sugiriendo, informando….. El pueblo está también en sus barrios y en sus atardeceres, en el renovado sonido de las campanas, en el mercadillo y hasta en el paso de las estaciones. El pueblo está también en sus calles, en las manos ágiles que hacen las tallas, en las crónicas de viajeros y en sus palmerales.
Y aunque su espíritu y su carácter andan todavía muy apegados a comienzos del siglo pasado, que fue la época en que se reconoció a sí misma como auténtica Villa, calificada y honrada con nuevos títulos: la del Real Casino (1917), y la de Villa en 1915. Hoy día se vislumbra otra Villa, aparentemente rica, visiblemente pulcra, donde toda ella es presente. Tiene menos fincas y más chalés, menos santidad y más dinamismo, menos agricultores y más funcionarios. No debe sorprender, por tanto, que Santa Brígida sea un pueblo que se hace ciudad cada día. La transformación de la vega agrícola en la villa residencial que es hoy ha sido progresiva e inevitable. ..
…Espero emprender la apasionante tarea de seguir dando a conocer la crónica de mi pueblo con la que, por múltiples y sobradas razones, me he sentido siempre hijo, amante y ahora, gracias a todos ustedes, felizmente cronista.
Extractos del Discurso de Pedro Socorro
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