En el transcurso de la III Fiesta de las Tradiciones Satauteñas 2015 .El proxímo Domingo 13 de Septiembre,la Asociación Sociocultural Aran Canarias rendíra homenaje a los antiguos barberos de la Villa de Santa Brígida.
En la Glorieta del Parque Municipal se recrearan las antiguas barberías de la villa, su historia y utensilios.
Los González, pasión
por el corte de pelo
Esta
familia radicada en la Villa ha generado una saga de barberos y peluqueras
desde el pasado siglo XX
Pedro
Socorro Santana
Cronista
Oficial de la Villa de Santa Brígida
González
es un apellido muy común en Gran Canaria, pero en el caso de una familia de
Santa Brígida es algo más que un elemento de un DNI o del ADN de este clan. La
pasión por el corte de pelo de esta familia se inicia en la década de 1930 del
siglo pasado y ha pasado de padres a hijos y hoy día son una saga con negocios
abiertos en el pueblo. Uno de los barberos más conocido en la Villa de aquella
década fue don José González Melián quien, con la misma precisión y pulso que
un cirujano, tanto cortaba el pelo como quitaba muelas o ponía inyecciones.
Su
negocio lo tenía en lo bajo de una casa de la calle Real, muy cerca de la
iglesia, y en aquel tiempo se convirtió en el lugar
de encuentro de la oralidad, los chismes y la información de los vecinos al
ritmo frenético de las tijeras. Aunque en
plena dictadura franquista aquella institución rural adquirió un carácter
subliminal que le hacía especialmente atrayente. Como no se podía hablar de política
ni de nada comprometido, maestro
González debía decir las cosas que ocurrían sin decirlas, silenciar con
inequívoca elocuencia o prodigar la múltiple interpretación entre sus
contertulios. Y en eso determinados barberos eran verdaderos maestros, discretos,
además, en las confidencias que les hacían los clientes, pues un comentario
desfavorable que hiciere sobre cualquier familia podría acarrearle algún
disgusto y aligerarle la clientela.
El
oficio se transmitía de generación en generación, de modo que un aspirante
comenzaba de aprendiz con un maestro barbero, habitualmente su propio padre, e
iba adquiriendo el conocimiento de todos los secretos del oficio. Así aprendieron con maestro
Antonio Muñoz, otro conocido barbero del pueblo de la década de 1950, los tres
hermanos: Dámaso, Antonio y José González Padrón, convirtiéndose en una de las
familias de barberos más conocidas de esta Villa.
En la
foto de la izquierda, Dámaso González Padrón, pela al vecino Fernando Ventura;
al fondo el barbero Jacinto Suárez arregla el cabello a un joven Benito Troya, conocido
carpintero satauteño, en la década de 1950. En la otra imagen, Dámaso afeita a uno
de sus clientes más fieles, José Ventura Socorro, hacia 1996 (fondo familia
González/Pedro Socorro).
Antonio González
arregla el pelo a su hijo Antonio Carlos, futuro peluquero, en los años sesenta
en la barbería de El Tejar, donde entonces residía. A la derecha, Antoñito, ya
jubilado, convertido en legítimo campanero de la carroza de El Calvario (fondo
familia González).
En la
imagen, Pepín González Padrón en la barbería del Muelle Grande, en la ciudad,
en 1959 (fondo familiar).
Allí trabajaron juntos hasta que cada uno decidió emprender su
camino. Dámaso en Las Casillas, Antonio en la zona de El Tejar y José (Pepín)
en la plaza de Tafira, en la barbería de Juan Manuel Socorro. Pero un buen día
los hermanos mayores se juntaron para ejercer la profesión en un
establecimiento cercano a la iglesia que antes había ocupado el barbero José
González, cuñado de Antonio. El buen carácter y las reservas en el diálogo de
estos hermanos favorecían el acercamiento de muchos vecinos hasta el nuevo
negocio. Dámaso y Antonio se convirtieron en los barberos más populares del
pueblo en aquella época, dejando entrañables recuerdos entre sus clientes y
amigos pero, también, en muchos matrimonios, pues cada vez que una pareja
acudía a la iglesia para tramitar el expediente religioso y le faltaban los
imprescindibles testigos, el párroco don Ramón se acercaba a la barbería y
lograba que los respetables barberos rubricaran con sus firmas el acta que
consolidaba el futuro matrimonio, al menos sobre el papel.
Pepín González Padrón, el
miembro menor de la saga, que hoy cuenta con 75 años de edad, recuerda que el
sueldo de su primer empleo era poco, aunque era consciente de que todavía le
faltaba mucho que aprender sobre el arte del oficio. Él no tenía más de 13
años, pero fue la primera vez que empezaba a cotizar en la Seguridad Social.
Para entonces, muchos de los clientes, nos dice, «eran
abonados; es decir, pagaban al mes una peseta y tenían derecho a dos afeitadas
a la semana, una limpieza de cuello y un corte de pelo», de
acuerdo con la costumbre popular y las necesidades de la época. Al poco tiempo
se enroló en una peluquería del Muelle Grande, propiedad del talayero Adriano
Peñate; y de ahí recorrió otros dos destinos profesionales en la ciudad, en la Peluquería Facaro y el salón estético Peluquería Pepín, frente al Estadio
Insular, antes de volver a casa y jubilarse con 52 años de servicio.
El oficio de barbero continuó, no obstante, heredándose entre los
descendientes de esta familia, pues Antonio José González, el hijo homónimo del
entrañable vecino de El Calvario abrió hacia 1982 una moderna peluquería en la
actual calle Gonzalo Medina. A ella entraron los progresos de la técnica,
nuevos estilos de cortes que mejoraban la estética masculina, las revistas más
ilustradas, aparadores de madera con productos de cuidado facial y, también,
las mujeres. La Peluquería Antonio’s
se convirtió de este modo en el primer negocio del pueblo que cortaba el
cabello tanto a los varones como a las féminas, que entonces era como una
concesión a la modernidad. Allí comenzaron su carrera profesional Ana Tere
Socorro López-Pozuelo, en 1984, y Karina Hernández Santana, poco después, dos
jóvenes que emprendieron su aventura empresarial, abriendo sus respectivas
peluquerías en el mismo casco urbano.
Otros miembros de la saga González mantuvieron la tradición
familiar. Animada por sus padres, ya jubilados, Lidia González Suárez, la hija
de Dámaso, y Asunción (Asu)
González Peñate, la primogénita de Pepín, decidieron
abrir sus propios negocios en el casco de Santa Brígida, una en la calle
Circunvalación (Peluquería de Señoras
Lidia) y la otra en la calle Nueva (La
Barbería), frente al antiguo cine.
La peluquería Antonio’s
a comienzos de la década de 1980. En primer término puede verse a Antoñito
González arreglando el pelo al entonces cliente Eduardo Pérez, actual
peluquero. Detrás su hijo Antonio, y las peluqueras Ana Tere Socorro y Karina
Hernández Santana, actuales peluqueras (fondo familiar).
Barbería Sataute
Y como
el oficio de barbero va de familia, otros dos hermanos, vecinos de El Gamonal,
trabajaron codo a codo en uno de los establecimientos más genuinos de aquella
época, pero que lamentablemente cerró sus puertas en el año 2011. Se trata de
la Barbería Sataute, situada en la
planta baja de una casa antigua de la calle Real (nº 8), en una de las mejores
esquinas de la población. Al frente de la misma estaban, ocupados en su
quehacer rutinario, los hermanos José (Pepe) y Juan Rodríguez Ventura. Antes,
hacia 1960, había ejercido ahí su profesión el barbero José Pérez Pérez, quien
debió acondicionar el inmueble, ya que con anterioridad acogía las virutas de
la carpintería de maestro Manuel
Rivero.
Antigua barbería de maestro José Pérez y su empleado Paco, en
primer término, en la calle Real, donde luego se instaló la barbería Sataute (fondo del autor).
Pepe
Rodríguez, el mayor de los hermanos, empezó en la profesión de la mano del maestro Antonio Muñoz cuando todavía era
un niño de 12 años y nunca se separó de sus tijeras. De regreso a Santa Brígida, tras un periplo por algunas peluquerías de la
ciudad, se instaló allí en 1977 para ayudar a su socio Fermín, hijo del barbero
José Pérez, que se había jubilado. En ese establecimiento pudo disfrutar de una
clientela conocida y fiel que animaba sus sueños gracias a las hojillas y las
afeitadas. Pero cinco años después se produjo la inesperada muerte de Fermín.
Lo había sorprendido un infarto cuando contaba con solo 35 años, por lo que, ya
al frente del negocio, Pepe enseñó a su hermano Juan los secretos de la
profesión en aquellos buenos tiempos para cualquier trabajo. Y aunque
Juan carecía de experiencia aprendió pronto los manejos del oficio y con un
entusiasmo tan generoso que la Barbería
Sataute se convirtió pronto en un clásico en la Villa, donde era costumbre afeitarse a navaja dos
veces a la semana y pelarse una vez al mes.
Los dos barberos hermanos de la antigua
Barbería Sataute, en la calle Real,
hoy cerrada. A la izquierda, Pepe y, a la derecha, una de las últimas imágenes
de su hermano Juan Rodríguez Ventura, antes de su fallecimiento (P.S./Imagen
tomada de Televisión Canarias).
Hasta
allí llegaban de los barrios más alejados muchas personas mayores con el
cachorro puesto para someterse al corte clásico, pero donde también se
realizaban los cortes más variopintos para contentar a los clientes más
jóvenes. Los hermanos trabajaron
unidos hasta el fallecimiento de Juan, el 29 de abril de 2011. Cinco meses
después, Pepe decidió echar el cerrojo a su famosa barbería. Tenía 67 años y
había ejercido la profesión durante 35 años ininterrumpidamente.
Nuevos negocios
En la actualidad, las viejas barberías han sido reemplazadas por
peluquerías unisex y salones de bellezas, cuyos profesionales deben ser
artistas muy hábiles, dispuestos a aceptarlo todo en materia del cuidado del
cabello y de la barba de los hombres, gracias a las exigencias de la moda. En
la calle Nueva abrió en el año 2002 la peluquería de caballeros de Eduardo Pérez
Díaz, aventajado alumno de la escuela de la saga González con más de treinta
años de servicio. Ahora se ha trasladado a un local más grande, en la calle
Manuel Hernández Muñoz, donde la luz ilumina varias fotografías antiguas que cuelgan
de la pared. Y en 2009 se inauguró La Barbería, un establecimiento
bellamente decorado, inspirado en la atmósfera de los sesenta, que atiende la
amable y diligente Asu, la hija de Pepín, y que recuerda el espíritu de las
barberías de antaño como espacio de encuentro vecinal, donde el vello facial sigue
teniendo protagonismo especial y se cuida de las barbas como parte de su
identidad.
Eduardo Pérez
Díaz atiende a un cliente en su peluquería. En la imagen de la derecha, Pepín
González junto a su hija Asu, propietaria de La Barbería, con dos conocidos clientes (fotógrafo: P.S.).
En cada rincón de La
Barbería pueden verse todos los instrumentos que emplea en su trabajo, pero
también de otras reliquias que llegaron del pasado, como el pequeño maletín con
los objetos que usaba maestro Lorenzo,
otro popular barbero de Las Meleguinas, o uno de los sillones más modernos de
la época de los sesenta, una reliquia que heredó de Antoñito González, miembro
destacado de este clan familiar. La tradición vuelve así con barberos del siglo
XXI. Son los modernos testimonios de aquellas entrañables barberías oscuras y
polvorientas del pasado a las que se iba a todo lo divino y humano, y donde era
posible celebrar un espontáneo y natural pleno corporativo sin más pelos en la
lengua que los que pudieran colarse de la cabellera del cliente.
Barbero
(Eliseo Diego, poeta cubano)
Habla, sentencia, juzga, opina,
Dice qué es y qué no es.
Las tijeras, frenéticas, aplauden
Más y más cada vez.
Vuela el cabello con las briznas
Del tiempo roto en el reloj.
Perdura el coro: las tijeras
Entre el espejo -eternas- y su voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario