Se fue Rafael Arozarena uno de los grandes escritores que ha dado canarias en el siglo XX.
Se ha conocido la noticia después de reunirse el Comité del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. El silbo de La Gomera ya es considerado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y todo lo que ello supone de cara al conocimiento y el fomento de esta particular expresión lingüística y, por ende, cultural de nuestro Archipiélago, especialmente de la Isla Colombina.
El silbo ha sido utilizado por los gomeros para poder comunicarse, salvando la complicada orografía insular; dotado de una gran complejidad técnica y estética al tratarse de un sistema de comunicación para facilitar la supervivencia, es la expresión más reconocida de la cultura gomera.
Es un lenguaje capaz de reproducir cualquier idioma, que ha sido transmitido generación tras generación y que es parte viva de la actividad social de La Gomera; su uso deriva de las tradiciones y necesidades de un pueblo, por ello, su preservación se basa en la protección de los procesos que lo han hecho posible y en el desarrollo de nuevas funciones que permitan la continuidad de su implantación en la sociedad actual.
Arozarena ya lo comprende todo
Con Rafael Arozarena se va uno de los más grandes escritores que ha dado Canarias en el siglo XX. Este septiembre ha sido cruel en exceso con nuetra literatura, pues nos ha arrebatado también a José María Millares. He contado aquí -y me repito porque define al escritor que ahora nos deja- lo que un día Rafael Arozarena me contó: Su abuela le dijo que poner palabras en columna era ser poeta, que era el puesto más alto que podía alcanzar un ser humano. Entonces aquel niño trazó garabatos y compuso una columna. La abuela, que era poeta sin versos, le dijo que aquello era un poema, lo mandó a hacer otro y el niño se sintió poeta. Luego se hizo mayor, y llegó Fetasa, que tiene que ver con su concepto de la poesía cuando era niño, la sublimación del sentido de la pureza, que lo llevó a formar parte del grupo fetasiano, que invocaba a Fetasa no en el sentido que Tzara proclamaba a Dadá, sino como un intento de concreción imposible. Los fetasianos dijeron que Fetasa es más que Dios, es Dios al infinito, el temblor de estar ante una deidad. Se dieron cuenta de que las religiones se agrietan precisamente porque tratan de explicar a Dios. Y entendieron que eso no podía expresarse. Para Arozarena Fetasa no es nada y sigue siendo Fetasa. No es soberbia, porque la humildad suprema es decir "No lo comprendo, pero hay más". Arozarena, como Sócrates, se sabía humano y Fetasa es NO tratar de explicar lo inexplicable ni de comprender lo incomprensible. Lo más parecido a lo fetasiano es cuando fue sobrepasado por el Misterio de la Santísima Trinidad.
Rafael Arozarena pertenece a esa estirpe de escritores que lo son por el mismo hecho de la escritura. Cuando él era joven, Canarias era un desierto cultural, y los poetas y novelistas una especie de secta secreta a quien nadie hacía caso. El brillo del oropel no existía, por lo tanto se era poeta por serlo, no por esa ambición de triunfo que a veces mueve a los artistas. Aunque ya de mayor le llegaron reconocimientos y se le colocó en el estante de los grandes, durante años, la mayor parte de su vida literaria activa, Arozarena fue un escritor puro, ajeno a la gloria porque la poca que había se repartía en Madrid, a favor y en contra de la tiranía.
Fue un gran poeta, y creo que se sentía exclusivamente poeta, y su ambición literaria en prosa la plasmó en una novela tan especial como Cerveza de grano rojo, que la crítica aplaudió pero que no tuvo el tirón editorial que él esperaba de una obra en la que se había vaciado. Y es que su anterior novela, Mararía, pesaba mucho. En cierto modo él a veces refunfuñaba minusvalorando Mararía, porque su brillo era tan cegador que impedía ver otras facetas de su obra. Ya he dicho también que Rafel Arozarena tuvo en esta novela ya mítica la intuición juvenil de sugerir mucho más de lo que contaba, y ya sabemos que las sugerencias tienen efectos distintos en cada persona. La idea de belleza que nos sugiere Rafael Arozarena es tan sublime y al mismo tiempo tan diabólica, que resulta inalcanzable en la realidad aún por una mujer, aunque sea muy bella. La Mararía de Arozarena tiene una belleza tan imposible que ni siquiera puede existir en la novela, sino en la imaginación de quienes la leen. Es algo así como Fetasa. Arozarena sabía que el mito lo había superado, va más allá de la novela. Como narrador creo que ese debiera ser el objetivo de todo novelista, contar historias que lo sobrepasen.
Publicado en Bardinia
Emilio Gonzalez Deniz
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