Organizadas por la Consejeria de Solidaridad Internacional y La Coordinadora de Solidaridad de Gran Canaria, se celebraron las Jornadas de Formación de Solidaridad los pasados jueves 11 y viernes 12.
En la Casa de Colon una nutrida representacion de miembros de ONGs ,tecnicos de las Consejalias de Solidaridad de diversos Ayuntamientos de Gran Canaria y personas comprometidas con la Solidaridad Internacional, compartieron reflexiones y conocieron las opiniones de destacados ponentes como Carlos Taibo,profesor de la Universidad Autonoma de Madrid que diserto sobre " La triple Crisis Mundial: causas y perspectivas de futuro" y Gerardo Gonzalez Calvo periodista y exredactor jefe de la revista Mundo Negro que hablo sobre" Africa: Analisis de un expolio: estrategiasde Europa, EEUU y China en el Continente.¿ Hay motivos para la esperanza?" .
Interesante fue tambien las exposiciones de l@s
concejales de Solidaridad de los Ayuntamientos de Arucas,Telde,Ingenio,Santa Lucia y Aguimes.
El director general de relaciones con Africa del Gobierno de Canarias Pablo Martin - Carvajal González nos presento " El Plan Director y la Ley de Cooperación del Gobierno Autonomo " .
En defensa del decrecimiento
Carlos Taibo
La visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males. A su amparo -se nos dice- la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno. Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no necesariamente- cohesión social, provoca agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de las generaciones venideras y, en fin, permite el triunfo de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir. Es preciso reorganizar nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo, como hay que postular el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido. Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte, y de primar lo local frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria.
Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar -o al menos de reducir sensiblemente la actividad correspondiente- muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación y en buena parte de la de la construcción. Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar -parece- que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen.
El decrecimiento no implicaría, para la mayoría de los habitantes, un deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos, las condiciones del trabajo asalariado o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.
Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos -así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población- que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Y es que hay que partir de la certeza de que, si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, de la sinrazón económica y social que padecemos.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus últimos libros cabe mencionar Rapiña global (Punto de lectura, Madrid, 2006), Sobre política, mercado y convivencia (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2006; en colaboración con José Luis Sampedro), el volumen colectivo Voces contra la globalización (Crítica, Barcelona, 2008; en colaboración con Carlos Estévez), 150 preguntas sobre el nuevo desorden (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008) y Neoliberales, neoconservadores, aznarianos. Ensayos sobre el pensamiento de la derecha lenguaraz (Los Libros de la Catarata, Madrid, 2008).
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