jueves, 21 de julio de 2016

EMPÉDOCLES Y LEZCANO EN LA ATALAYA

Santa Brígida, año 1944. “Desde Tafira Alta, pasando por la carretera principal a un camino bordeado de chumberas y muros llenos de hierba y lagartos, he llegado a La Atalaya. Un pequeño cerro aislado, con un centenar de cuevas y viviendas encaladas, es toda La Atalaya. Hay un “aroma” a granja sin ozonizar que me hace dudar del sentido olfativo de sus habitantes. Varios arrapiezos, que practican un nudismo moderado, me salen al encuentro con un turístico saludo: - "Guanpeny".” [1]

Quien esto escribe es un joven Pedro Lezcano que realiza una visita al pago de La Atalaya de Santa Brígida para escribir un reportaje sobre sus habitantes y el tesoro que encierran: la elaboración de cerámica mediante una ancestral técnica. Cargando con su máquina fotográfica y  sus lápices de dibujo que grabarán cada uno de los objetos que acompañarán su relato, subirá las “cuestas empinadas y escaleras rústicas” que  constituyen las calles de la aldea pues “no hay rueda capaz de escalarlas”.


Se adentrará en “una cueva donde trabaja una alfarera anciana” que en ese justo momento “raspa una inmensa vasija para gofio, aún sin colorear ni cocer”. Y anota: “La anciana está asombrada de mi asombro, y yo hasta me pregunto cómo puede ella no admirar sus mismas cosas. Todo es tan dulcemente anacrónico que me invade un inmenso deseo de no ser yo, de sumirme en el ambiente y confundir mi vida con la de estas gentes pequeñas y felices”. Y nos descubrirá admirado los entresijos de este arte y oficio: las herramientas, el raspado, el coloreado, el pulimentado, la cocción, los elementos decorativos… y por supuesto el origen del barro “masapén”.






 Las mujeres son las protagonistas en esta industria aunque un talayero le informa  que hay un hombre que aprendió de su madre el oficio y lo practica. Es un “jeringao con las mujeres” y se llama Pancho. Un joven Pancho que será, pasados los años, todo un referente de la alfarería tradicional dejando en un segundo plano a las mujeres,solo unas pocas se dedican ahora al oficio. Se produce una paradoja que denuncia el poeta: “En el país de la cerámica canaria, las jóvenes transportan el agua en un bidón de gasolina” y presagia que, gracias a los caminos cada vez más accesibles al pago, “pronto habrá chiquillos-quizá los nietos de las actuales artesanas-que jueguen a las bolas con las brillantes lisaderas”.







Por suerte,  la tradición continúa gracias al legado de aquellas mujeres loceras que conoció el poeta en su visita a La Atalaya y se ha convertido en fiesta con la "Traída del Barro" que rememora la recogida de la materia prima  que se llevaba a cabo en verano, por parte de todos los vecinos, tal como registró el escritor. Seguramente fue aquí donde Lezcano se encontró con el filósofo y poeta Empédocles al descubrir los principios del vivir que son el aire, el fuego, la tierra y el agua que se mezclan para crear bernegales o vasijas que nos harán más llevadera la existencia.


Felipe García Landin y Nicolás Díaz Benítez, miembros Memorial Pedro Lezcano




[1]LEZCANO MONTALVO, Pedro, «Visita a La Atalaya de Gran Canaria». En Palabras y Cosas. Colección de ensayos y notas de folklore canario, Instituto de Estudios Canarios, Santa Cruz de Tenerife, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, La Laguna de Tenerife, 1994, Tm. I; pp. 171-184