lunes, 23 de abril de 2012

Dia del Libro: Ni Libros. Ni Bibliotecas. Cuento de Felipe García Landin.

Hace unos años como ejercicio de entretenimiento escribí este breve cuento titulado Ni Libros Ni Bibliotecas que pretendía celebrar el 23 de abril:

Añadir leyenda
 A Juan José Justo no le gustaban los libros ni las bibliotecas. Para él esos espacios dedicados al libro y a la información le parecían desaprovechados, las personas que acudían a esos lugares unos ociosos o unos desequilibrados. La gente normal se va de paseo a la playa o de excursión a la cumbre o simplemente queda con los amigos para echarse unos pizcos. En cuanto a los libros, periódicos y revistas, son una de las peores plagas que afectan a la humanidad pues están acabando con los bosques y contribuyen, no hay duda, al cambio climático que tantos desastres provoca en estos tiempos. Juan José Justo era una persona bien informada que se había hecho a sí misma escuchando la radio, viendo mucho cine y compartiendo tertulia con sus compañeros de toda la vida en el chiringuito de Atilio Armas. Recordaba que una vez le había servido un libro para calzar una pata de una mesa pero para nada más porque ni para hacer un buen fuego valían.

Sin embargo Atilio Armas era todo lo contrario, él amaba los libros casi sobre todas las cosas y tenía su propia opinión sobre Juan José Justo al que consideraba un amargado, solitario como todos los amargados, al que no se conocía en sus cincuenta y tantos años mujer en su vida. Se lo disparó a bocajarro una de esas tardes que venía cargada de rones de más y con los enyesques atravesados. Mira, Juan José, lo que te pasa es que te hiciste viejo antes de tiempo. Si hubieras vivido tendrías curiosidad y amarías a alguien y serías persona… Coño, que no se puede andar por la vida solo. Juan José Justo se quedó mudo pues sabía que Atilio Armas era hombre de pocas palabras que nunca se metía con la parroquia que le daba negocio, pero el disparo le atragantó el sabor dulzón y áspero del ron, así que masticó un poco de queso duro, tomó aire y decidió tomárselo con calma. A ver, Atilio, esa biblioteca a la que vas todas las mañanas ¿Qué negocio te da? Para regentar este local de mala muerte, ¿de qué te sirven los libros?

Atilio Armas, que antes de tabernero había sido portero de fútbol, se había puesto en disposición de parar un penalti, se sirvió un John Haig sin hielo, con mucha agua fría, con gas, y mientras se lo acercaba a los labios sin dejar de mirarlo a los ojos le sonrió: me sirven para sacarte el sueldo todas las tardes.