jueves, 16 de julio de 2009

Simposio "El Pacto Incumplido" dentro del marco del XXII Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes . Aguimes

El Viernes 17 de julio, se celebra el Simposio bajo el título "El Pacto Incumplido" dentro del marco del XXII Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes

José Monleón en el simposio del año pasado. Foto Catherine Suárez.El acto inaugural, que tendrá lugar a las 9:45 horas en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Agüimes, correrá a cargo de Antonio Morales Méndez, alcalde de Agüimes; José Monleón, director del simposio y director del Instituto Internacional de Teatro del Mediterráneo y Antonio Lozano González, director del Festival del Sur.

El plato fuerte de la programación de las Actividades Paralelas es el simposio, coordinado por José Monleón, donde intelectuales y pensadores que participan en el Festival debatirán la relación entre cultura y crisis económica, política y de valores en un mundo de confrontación.

En el programa del simposio, que se desarrollará durante toda la mañana en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Agüimes, se incluye la conferencia inaugural El pacto incumplido que ofrecerá José Monleón y dos mesas de debate.

EL PACTO INCUMPLIDO

JOSÉ MONLEÓN, DIRECTOR DEL INSTITUTO INTERNACIONAL DE TEATRO DEL MEDITERRÁNEO (IITM)

Año tras año, los Encuentros de Agüimes no han hecho otra cosa sino preguntarse por las contradicciones entre la realidad política y la Cultura de Paz. De una parte, tendríamos el discurso iniciado con la creación de las Naciones Unidas, traducido a propósitos, normas y organizaciones encaminadas a la construcción de un planeta pacífico y democrático, donde la pluralidad cultural dejara de ser un problema; y de otra, una historia que reproduce las intolerancias, brutalidades y desigualdades que, según proclamaron los vencedores de la II Guerra Mundial, habían terminado para siempre. Horrorizada ante sus crímenes, la humanidad pareció entonces dispuesta a corregir cuantos principios contribuían a su justificación. No hay más que leer la introducción a la UNESCO o la Declaración de los Derechos Humanos para comprender que no se trataba simplemente de poner en marcha unos determinados valores, sino, sobre todo, de derogar muchas de las normas que venían aplicándose hasta entonces y, lo que no dejaba de ser extra
ordinario, con la consiguiente corrección de los idearios subyacentes en buena parte de las sociedades. Si aquellos textos de finales de los 40 hubieran sido escritos por algún grupo juvenil o un utópico pacifista, se habrían archivado sin más en la historia de las buenas intenciones; pero es el caso que fueron firmados solemnemente por los gobernantes del planeta, y que, a la luz de sus propósitos -evitarle al mundo en el futuro el flagelo de guerras que prometían ser, tras Hiroshima, cada vez más apocalípticas-, siguió elaborándose un mundo teóricamente empeñado en la consecución de la paz y del bienestar para la inmensa mayoría, a la vez que la realidad nos sometía a la negación absoluta de tales propósitos.

Si históricamente la humanidad ha soportado siempre la desvergüenza de la contradicción entre la imagen virtual de la buena conciencia y la realidad, esta vez el choque ha tenido -tiene- una característica nueva y especialmente brutal, porque es en el mismo nivel de la realidad donde se produce la contradicción, es decir, porque las fuerzas que dicta el dolor y el discurso de la paz y la convivencia son generalmente las mismas. No es que por un lado vaya el sermón, como de costumbre, y por otro el hambre o la explotación, sino que esta vez ambas cosas surgen de la misma fuente.

Esta percepción de una supuesta Cultura de Paz que a su vez asume, por ejemplo, los millones de hambrientos, parados y emigrantes desplazados de su patria, suscita la necesidad de ganar para la vida real un pensamiento que, en muchos casos, ha pasado a ser virtualidad verbal, oración subsidiaria, antes que compromiso o acción vertebradora, porque, y esto es lo que nos dijeron a finales de los años 40, cuando se iniciaba nuestra época, el mundo justo está ya pensado, o al menos están pensados sus caminos, aunque luego la historia económica haya interrumpido su realización política. La idea de bien común es inseparable del concepto de Cultura de Paz, y para el Encuentro de Agüimes de 2009, ante una crisis económica que es, entre otras cosas, la consecuencia del abandono y perversión de las promesas y esperanzas de finales de los 40, el tema no puede ser otro que el de transitar por los caminos hoy virtuales de un pensamiento político fraguado con el dolor, la experiencia, el sacrificio y la entrega al futuro de
muchos seres humanos. Lo tremendo es que esta vez no debemos hablar de una revolución pendiente, sino de un pacto, de un acuerdo pacífico firmado en recuerdo de millones de muertos, que no ha querido cumplirse.

José Monleón
Director del simposio